Institut des Hautes Etudes de l'Amérique latine
Centre de recherche et de documentation sur les Amériques

México ante la encrucijada electoral

Massimo Modonesi

México ante la encrucijada electoral
 

En tiempos de populismos de distinto color y aroma, la derechización o, mejor dicho, la desizquierdización del mundo como fenómeno general opera desplazamientos específicos en distintas regiones y países y produce recomposiciones de los clivajes entre derecha e izquierda, categorías relativas y escurridizas pero que permiten situar y caracterizar a las fuerzas políticas en la línea reacción-conservación-reformas-revolución en relación con su ideario, sus propuestas y sus referentes sociales.

En México, como en otras partes del mundo, es evidente la tendencia general que lleva a que las izquierdas sean siempre menos de izquierda. Al mismo tiempo, quien queda a la izquierda en la geometría del espectro partidario, el candidato del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) Andrés Manuel López Obrador (AMLO), encabeza las encuestas y ocupa el centro del debate y de las incipientes campañas electorales.

A diferencia de lo ocurrido en la mayoría de los países del Cono Sur, en los últimos treinta años en México gobernaron de forma ininterrumpida los partidos defensores del neoliberalismo, aún siendo a costa de fraudes y manipulaciones electorales y mediáticas para cerrar el paso al progresismo local.

En ausencia de una alternancia real, las derechas mexicanas se dieron el relevo en el gobierno federal simulando cambiar para poder dejar todo igual. Sin embargo, llegan desgastadas a la víspera de la contienda electoral ya que compartieron la funesta responsabilidad de la deriva económica y social de un país sumergido en la recesión, surcado por la desigualdad, la pobreza y la precariedad, hundido en una violencia endémica que da cuenta de la pérdida de rectoría o regulación del Estado y del quebranto de valores a nivel societal.

El Partido Revolucionario Institucional (PRI) relevó al Partido Acción Nacional (PAN) en 2012 y volvió a controlar el aparato estatal federal, haciendo gala de todo su repertorio de autoritarismo, patrimonialismo, clientelismo y corrupción, además de relaciones con el narcotráfico cuyo alcance es difícil medir en ausencia de un poder judicial autónomo y eficaz. Su candidato, José Antonio Meade, es un tecnócrata bipartisan que logra tranquilizar a hombres de negocios nacionales e internacionales, pero que no tiene el carisma ni parece poder desgranar promesas que susciten pasiones populares o generar confianza y esperanza más allá del perímetro de las clientelas priistas establecidas. A menos que ocurra una eficaz operación mediática que levante su candidatura al tiempo que hunda la de su principal contrincante, AMLO, como ocurrió en el caso de la llamada guerra sucia mediática de la elección de 2006, que permitió emparejar lo suficiente para que el control de votos cautivos y el fraude en el conteo de votos dieran una apretada victoria a Felipe Calderón, el presidente panista que militarizó el país con el pretexto de emprender una guerra contra el narco que pateó el avispero y solo incrementó la violencia que pagaron en última instancia las decenas de miles de víctimas “colaterales”.

Por otra parte, el PAN por sí solo, después de dos sexenios de mal gobierno, no está en condiciones de ganar, siendo además que sufrió una escisión y competirá contra la candidatura “independiente” de Margarita Zavala, la esposa del expresidente Calderón, lo que le restará una cantidad importante de votos entre su electorado tradicional. Para compensar estas limitaciones, encabezado por su joven, polémico y ambicioso candidato Ricardo Anaya, el PAN logró la acrobacia ideológica de aliarse con el Partido de la Revolución Democrática (PRD), un partido que abandonó definitivamente sus antecedentes izquierdistas, fue drenado de substancia y de militancia por MORENA, y sólo alcanza a ofrecer al mejor postor algunos nichos clientelares –en particular en la Ciudad de México- y venderse en el mercado político como una contención respecto de MORENA y de AMLO.

Esta situación hace que el tres veces candidato a la presidencia López Obrador, haya decidido, sin debate interno ni objeción alguna al interior de su partido, que la elección se decidía hacia el centro, moderando su de por sí ya moderado programa y acentuando todavía más el discurso conciliador y “amoroso” que ya había inaugurado en 2012.

El oportunismo imperante en todos los rincones de la partidocracia mexicana hizo que, influidas por las encuestas, las ratas salieran en estampida de los barcos que sienten que se están hundiendo, más aún cuando no obtuvieron las candidaturas a las que aspiraban. MORENA se volvió así el receptáculo de todo tipo de político panista, priista y perredista.

AMLO opera su estrategia hacia el centro-derecha pues piensa estar cubierto a su izquierda, lo cual es cierto en la medida en que frente a la crisis societal votarán por él, tapándose la nariz, inclusive aquellos sectores izquierdistas politizados que critican el giro conservador de un proyecto que ya era más conservador que el del PRD de 1989 y de sus mismos antecedentes en 2006 y 2012. Por otra parte, no prosperó el intento de registrar la candidatura indígena y anticapitalista de Marichuy, la portavoz del Concejo Indígena de Gobierno surgido del Congreso Nacional Indígena al amparo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. 

En tiempos de Trump, en medio de una espiral incontrolable de violencia, las elecciones mexicanas adquieren un tinte dramático ya que la continuidad implica forzar aún más las situaciones límite. Por ello, parecería lógico y racional que los mismos poderes fácticos opten por una opción de compensación, una etapa de regulación y contención de las tensiones sociales y un baño de saludable consenso nacionalista. Sin embargo, no es evidente que las clases dominantes mexicanas confíen en López Obrador superando el prejuicio de clase que les provoca su estilo plebeyo, que no se desdibujó a pesar de las aperturas hacia el mundo empresarial con el cual, dicho sea de paso, ya había sabido convivir y hacer negocios durante su mandato como alcalde de la Ciudad de México entre 2000 y 2005. El énfasis en la cuestión de la corrupción que es el punto central del discurso y del programa de MORENA -asume inclusive que de allí se derivarán todos los recursos económicos para emprender moderadas, pero significativas reformas redistributivas- es un tema delicado que, si bien genera ciertas expectativas en franjas importantes de la sociedad civil, resulta amenazador para otros difusos e influyentes grupos del mundo político y empresarial que hicieron de la corrupción el modus operandi del sistema político-económico.

Por ello, a pesar de que AMLO y MORENA apuestan por una transición pacífica e incluyente, hasta con explícitas alusiones a amnistías a criminales del narco y perdón a los de cuello blanco, es poco probable que así ocurra. Es sentido opuesto, hay que considerar factores extra institucionales como que porciones importantes del territorio nacional están bajo control absoluto de grupos criminales y del PRI (en muchos casos orgánicamente entrelazados), que habrá una gran disparidad de recursos económicos vertidos en las campañas, que no se escatimará en la compra de voto y, finalmente, en la manipulación directa de los votos en las urnas, en particular allá donde no habrá suficiente vigilancia o mayor colusiones entre autoridades e intereses partidarios.

En este sentido y para inaugurar una verdadera transición democrática, después de la simulación del año 2000, con una alternancia que permita el acceso a la presidencia al proyecto nacional popular que antes fue de Cuauhtémoc Cárdenas y del PRD y ahora, en versión más conservadora y menos democrática, es de AMLO y MORENA, se requerirá algo más que una jornada cívica de ordinaria administración electoral.

Aparece en el trasfondo histórico, a distancia de 50 y 30 años respectivamente, la memoria de las luchas democráticas de 68 y de 88, ambas derrotadas pero que se convirtieron en poderosos factores de transformación desde abajo tanto porque a nivel subjetivo sacudieron a la ciudadanía, generaron movimientos, politización y organización, como porque, en consecuencia, abrieron una brecha en el sistema de poder y desafiaron el autoritarismo obligándolo a cambiar, aunque fuera para prolongarse.  

En el México de hoy, frente a las inercias de hipótesis conservadoras neoliberales o nominalmente progresistas y la eventualidad de furiosas reacciones derechistas, sin lucha y sin desborde masivo desde abajo, como nos enseñan los alcances y límites de las recientes experiencias latinoamericanas, no hay cambio profundo y duradero posible. Ni de que se reconozca una eventual victoria en las urnas de AMLO ni de la eventualidad de que su gobierno comporte una discontinuidad substancial en sentido democrático, de justicia social y de soberanía dependen exclusivamente del pulcro desarrollo de las rutinas electorales, sino de que se produzca una ruptura en los equilibrios y las dinámicas del poder y de las relaciones de dominación en México, algo que rebasa y escapa a la lógica de la campaña y de las propuestas de los diversos candidatos que la protagonizan.

 

Massimo Modonesi est professeur au département de Sciences Politiques et Sociales de l’Université Nationale Autonome du Mexique (UNAM). Il a été professeur invité à l'IHEAL entre septembre et décembre 2017.